La ‘Declaración de San Vicente’ sobre la diabetes de 1989
En octubre de 1989 los representantes de los ministerios de salud y los miembros de organizaciones de pacientes de todos los países europeos se reunieron en San Vicente, Italia, con el fin de asumir un conjunto de soluciones para combatir la diabetes que, ya entonces, estaba alcanzando tintes epidémicos.
De aquella reunión surgió la conocida como Declaración de San Vicente: uno de los documentos más citados en la literatura científica en lo que se refiere a los estándares generales de prevención y tratamiento de la diabetes. Los objetivos y las metas de la Declaración debían ser implementados “urgentemente” habida cuenta de la magnitud de las cifras de prevalencia, mortalidad y coste que implicaba la diabetes. Esa urgencia se concretaba en una serie de medidas que debían adoptarse en un plazo de 5 años. Sin embargo, poco tiempo después de esos 5 años mencionados se puso de relieve que, en base a su escaso cumplimiento y también al haber subestimado el crecimiento de la diabetes, este documento se convirtió en el clásico ejemplo de “papel mojado” o, cuando menos, utópico. Así, tal y como ya hemos comentado en otras ocasiones, ni las más aciagas predicciones sobre el avance de la diabetes para los próximos años se han cumplido jamás: es habitual que la realidad supere esas predicciones. Es por esta razón que sostengamos que, más que silenciosa, la diabetes es una epidemia silenciada.
Las metas generales de la Declaración de San Vicente
Hay que reconocer que las intenciones no eran -ni son- malas, el problema es que todos estos planteamientos “buenistas” sobre el “tenemos que hacer”, terminan quedando en una especie de carta a los reyes magos en la que deseos y realidad no están alineados. En la mencionada Declaración dos fueron las metas generales:
- Mejorar la salud general y la calidad de vida de las personas con diabetes, acercándolas a las de las personas sin diabetes.
- Intensificar los esfuerzos en investigación para prevenir y curar la diabetes, así como sus complicaciones asociadas.
Metas, como digo loables, que no pasaron de ser una declaración de deseos (ni tan siquiera de intenciones) que difícilmente podrían concretarse sin una importante inversión en prevención relacionada con los estilos de vida.
El inexorable avance de la diabetes
Si hay un dato que no ofrece la menor de las dudas es el de saber que la diabetes está aumentando en todo el mundo, y lo está haciendo a un ritmo más rápido de lo previsto. Algo que, a primera vista, resulta contradictorio. Me explico. Que, en el primer mundo, es decir, que, en los países más desarrollados, las cifras de la diabetes como enfermedad no transmisible que es, sigan avanzando del modo en el que lo están haciendo (conociéndolas de antemano, y aun así superando cualquiera de las expectativas) no es algo que parezca lógico. Más allá de las limitaciones estructurales, que las hay y no son pocas, existe una cuestión medular sobre la prevención integral de la diabetes en la que los expertos coinciden a pie juntillas: es imprescindible una cooperación constante y activa del paciente. Así, el primer paso tanto para la prevención como evitar complicaciones y daños posteriores, consiste en el tratamiento estricto de la enfermedad subyacente, particularmente en lo que respecta los estilos de vida. Pero esto, como no podría ser de otra forma, requiere de esa cooperación activa mencionada. Sin embargo, y por la razón que sea, el grado de incumplimiento de los estándares de cuidados personales es especialmente alto entre los pacientes diagnosticados con diabetes. En el caso de aquellos diagnosticados de diabetes tipo 2, el porcentaje de incumplimiento con las recomendaciones de estilo de vida se estima entre el 40% y el 50%.
Así pues, y “Declaraciones” al margen, el grado de compromiso de los pacientes -así como el de los profesionales sanitarios que los atienden a la hora de hacerles ver estas circunstancias y motivarles- es indispensable para poner freno a la diabetes.
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