La Unión Europea clasifica la obesidad como enfermedad crónica
La Comisión Europea acaba de catalogar a la obesidad como una enfermedad crónica y recurrente que, a su vez, actúa como puerta de entrada a otras enfermedades no transmisibles, como diabetes, enfermedades cardiovasculares y cáncer
Que la obesidad sea observada como una enfermedad o no, no es una cuestión baladí. Existen no pocas personas, incluso no pocos profesionales sanitarios de primera línea (como por ejemplo algunos de la medicina, la enfermería e incluso de la dietética) para los que la obesidad es solo el fruto de un cierto estilo de vida característico de aquellas personas poco disciplinadas, autoindulgentes, perezosas y, por decirlo de forma coloquial, tragonas. No es de extrañar que el estigma gordofóbico se haya instalado en nuestro entorno como una forma de discriminación socialmente aceptable.
Considerar la obesidad como una enfermedad
Si la obesidad se define como enfermedad en el entorno de un país del llamado primer mundo las consecuencias económicas serán significativas. Los recursos humanos y económicos que se habrán de destinar a la prevención y su tratamiento se sospechan especialmente altos si tenemos en cuenta las alarmantes cifras de obesidad en nuestro entorno. Sin ir mas lejos, en Europa, se estima que cerca del 59% de la población adulta está en situación de obesidad o preobesidad. Así pues, se ha cuantificado el coste total de la obesidad en adultos en la UE, estimándose en cerca de 70.000 millones de euros al año en 2016. Esto incluye los costes sanitarios directos y la pérdida de productividad. Es decir, cerca del 7% de los presupuestos nacionales de cada país se destinan cada año al tratamiento de enfermedades no transmisibles asociadas con la obesidad.
La larga historia de la obesidad como enfermedad (o no)
La obesidad se debutó en la Clasificación Internacional de Enfermedades en 1948 y pasó prácticamente desapercibida. En 1997 fue la OMS quien la reconoció como una enfermedad crónica. Portugal hizo lo mismo en 2004 e posteriormente Italia en 2019. Entre medias y en 2013, la Asociación Médica Estadounidense aprobó una moción en la que se define la obesidad como un “estado patológico con múltiples aspectos fisiopatológicos”. Sin lugar a dudas esta decisión del colectivo médico norteamericano supuso un antes y un después, un hito clave, en el progreso hacia la aceptación de la obesidad como enfermedad y en el avance hacia enfoques basados en la evidencia para su prevención y tratamiento.
En este contexto y no puedo decirse otra cosa que más tarde que pronto – en mi modesta opinión- la CE se ha posicionado sobre este tema; aunque al menos lo ha hecho de forma bastante contundente. Más allá de atribuirle el estatus de ser una enfermedad, la parte más interesante y significativa de este informe radica en los matices que le atribuye al calificarla de “crónica” y “recurrente”, dos matices muy importantes.
Para el que no lo sepa, una enfermedad tiene el carácter de “crónica” cuando se considera que es un problema de salud a largo plazo y que puede o no tener cura. Llegados a este punto, conviene tener claros también los conceptos de cura y de tratamiento y saber que, aunque una enfermedad no tenga cura, no quiere decir que no tenga tratamiento.
Importante también como decía el matiz de “recurrente” que, tal y como cabe esperar, se aplica a aquellos trastornos que vuelven una y otra vez, o que se manifiestan cada cierto tiempo.
Afortunadamente, creo que, aunque difícil, cada vez más hay una mayor conciencia a la hora de asumir la obesidad en toda su magnitud. Sabiendo que, aunque es cierto que el gesto último de llevarse un bocado a la boca o la decisión última de mantenerse más o menos activo, parten de la decisión individual, es imposible que el aumento de la obesidad en el mundo se deba a un sumatorio de decisiones personales. Tal y como dejé de manifiesto en esta entrada al afirmar que al respecto de las causas de la obesidad, nadie está solo y nadie, probablemente, tenga la culpa.
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